El espiritismo renació durante el siglo XIX en Estados Unidos, aunque también en Europa, y tuvo su proyección en el arte y la literatura, para conectar a los vivos con sus seres queridos en el más allá. Un pintor nórdico como Edvard Munch estuvo muy vinculado a esta tendencia como se desprende al contemplar Atardecer (1888), colgada junto a una radiografía de la misma pintura en la que observamos como Munch borró en el óleo ideal la figura de su hermana Inger, dejando solo a su otra hermana Laura, que mira ensimismada el horizonte. En el género del paisaje cuadros como Pantanos en Rhode Island (1866) de Martin Johnson Heade; Noche con luna (1888) de John A. Grimschaw o el paisaje campestre de W. L. Metcalf, sin olvidar los atardeceres de Le Sidanier o El Viaducto (1963) de Paul Delvaux, una escena onírica y surreal, donde el artista belga deja fluir el misterio que impregna a la composición.
La teosofía y más adelante la antroposofía, caracterizadas por combinar elementos de la filosofía neoplatónica con otros de las religiones orientales como el hinduismo y el budismo, a principios del siglo XX, tuvieron un gran impacto en los pioneros del arte abstracto como Kandinsky, Mondrian, Balla o Kufka. Precisamente de este último se exhibe un óleo como Localización de móviles gráficos I (1912-1913), donde el pintor checo hizo que todos los elementos convergieran en un único punto, simbolizando la marcha de la humanidad en un espacio cósmico.
Un artista tan relevante como Kandinsky estudió en profundidad el ocultismo moderno y dejó esa huella en Pintura con tres manchas, nº 196 (1914) porque el pintor nacido en Moscú plasmó sus emociones como vibraciones del alma en esa correspondencia entre formas, sonidos y colores, junto a la Manifestación patriótica ( 1915) de Giacomo Balla; y el neoplasticismo de Piet Mondrian en una obra de 1931, plena de armonía.
A comienzos del siglo XX muchos artistas de las vanguardias centraron sus miradas en las culturas tribales y se acercaron al chamanismo y a los poderes que a los chamanes se atribuían por su facilidad para curar y sus dotes como adivinos. Entre las obras seleccionadas por Guillermo Solana llaman la atención una acuarela de Picasso de 1907, Estudio para la cabeza de Desnudo con paños, o un óleo del genio malagueño de 1934 en Corrida de toros; la vinculación que muchas veces los chamanes tenían con algún animal se representa en El gallo (1928) de Marc Chagall; la influencia que tuvieron unos chamanes navajos en Marrón y plata I de Jackson Pollock, pintado hacia 1951, con la gestualidad de la caligrafía nativa; y Números imaginarios, un óleo de Yves Tanguy con ese laberinto de rocas que recuerda los alineamientos de Carnac.
Por último, Sueños, oráculos y premoniciones, una sala en que se incluyen nueve obras, algunas de ellas relacionadas con los surrealistas, un movimiento que estuvo apasionado por los saberes del ocultismo y con algunas de sus prácticas. Desde Mujer ante el espejo (1936), de Paul Delvaux a un par de óleos de Dalí: Gradiva descubre las ruinas antropomorfas( Fantasía retrospectiva) y Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar (1944), pasando por los seres errantes de Tanguy o La llave de los campos (1936) de Magritte.
Y cómo no mencionar dos retratos que tuvieron un carácter premonitorio: Retrato del Dr. Haustein (1928) de Christian Schad, con esa sombra que parece predecir la muerte; y Retrato de George Dyer en un espejo (1968) de Francis 1st Sir Francis Bacon, un modelo con el que el pintor tuvo una intensa relación amorosa. En ese se percibe el desgarramiento del retratado frente al espejo.